DOMINGO DE RAMOS
- LA REVISTA DEL CARIBE
- 8 abr 2017
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El Domingo de Ramos la Iglesia rememora la Entrada Triunfal de Cristo en Jerusalén. Se dice triunfal porque Jesús fue aclamado por una muchedumbre ansiosa de un caudillo que la liberara de la opresión imperialista.
Roma llevaba siglos sometiendo al pueblo palestino como lo hacía con tantas otras naciones asentadas cerca del Mar Mediterráneo, así como otros imperios lo hacen hoy en contra de la dignidad de países subdesarrollados, incluido también hoy el pueblo palestino que resiste ante los embates de Israel y de la OTÁN.

Jesús hizo su entrada en el lomo de un borrico para significar que la especie animal ha estado al servicio de la Redención con excepción del Homo Sapiens por cuya culpa tuvo que ser sacrificado cinco días más tarde en la Cruz del Calvario.
Los semitas habían usurpado la tierra palestina a puño de lanza y sangre, como lo relata la misma escritura, tratando de justificar esa afrenta bajo el supuesto de que constituían el pueblo elegido por Dios, un dios guerrero del que nos habla el antiguo testamento, un dios distinto al que vino a proclamar, precisamente, Jesús de Nazaret.
En esas circunstancias los habitantes de Jerusalén estaban avivando en reconocimiento al Hijo del Dios de los Ejércitos, pero él había irrumpido con la bandera que casi cinco siglos después enarbolarían Gandhi y Mandela para propender por la justicia social y la liberación de India y Sudáfrica, respectivamente.
Jesús fue llamado Cristo por la derivación filológica de dicho término que en sinónimo era el Mesías esperado para restablecer el reino instaurado por otros guerreros como David y Salomón quienes habían ascendido infieles a las Tablas del Sinaí.
El líder de Palestina había llegado a desenmascarar las perversidades del Establecimiento interno y su proterva convivencia con el imperio, como acontece hoy con tantos líderes sociales que como él, son perseguidos y asesinados.
Pero las armas de Cristo eran la dialéctica contenida en un verbo desafiante, no como el ícono de mansedumbre que ponen en los altares. Era la voz irreverente, cuestionadora y flagelante en contra de los poderosos y en favor de los humildes, pero con una propuesta de paz resumida en la reflexión: “¿Si quieres a tu amigo, qué mérito tiene?, cuando mandó servir y no ser servido, y amar hasta al enemigo.
En consecuencia, la Entrada Triunfal sería el sofisma inicial de un pueblo que se vería desencantado al no hallar en Jesús al Dios vengador contra Roma, sino al que era capaz de pedir agua en el pozo a una mujer de una tribu enemiga para prometerle agua de Vida Eterna y comparar a un samaritano por encima de los propios israelitas que se creían (y aún se creen) elegidos por Dios por encima del resto de la humanidad, cuya soberbia fue irónicamente asumida también por Hitler para aplicar ese mismo dogma contra los judíos en el Holocausto que perpetró la raza Aria “superior” a las demás, incluidas las doce tribus de Israel.
Así, el Domingo de Ramos que hoy se celebra rememora el principio del fin de la vida carnal de Jesucristo, quien ante el oprobio perdonó a sus victimarios, prometió la gloria a un reo en la cruz; dejó en Juan, su compañero de lucha, un apoyo moral a la madre que como tantas hoy, lloraba la agonía de su hijo; se sintió abandonado como tantos ciudadanos defraudados por los gobernantes de turno; exclamó agónico la sed que padecen Santa Marta y tantas poblaciones debido a las ineptitudes de sus mandatarios; hasta decir:“Todo se ha Consumado”, como esta crónica que en su epílogo recuerda que mientras haya quien alce la voz por la dignidad, la justicia social y la paz, en congruencia con su propio ejemplo de vida, será continua la resurrección de Jesucristo
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