María Casquitos, primer amor del Caribe
- LA REVISTA DEL CARIBE
- 9 mar 2017
- 3 Min. de lectura
Trémula ante el cortejo, parecía buscar con los destellos de sus grandes ojos caoba algo más allá de aquel cuerpecito con ínfulas de hombre que se parapetaba en la cumbre d

e un barranco o apoyado sobre un tronco o una piedra, intentando acceder al crespo terciopelo que, entre la espesura a la luz de una luna siempre cómplice, no se alcanzaba a saber si era gris o pardo, hasta cuando el niño en trance a la adolescencia asía con ternura y a la vez con propiedad el rabo arisco que terminaba rindiéndose para dar paso al éxtasis inédito de la copulación.

Aun cuando no se ha podido recaudar evidencias en los parajes de Marquesote, cercanos a Rafael Manjarrez suponen que el notario puede dar fe de ello.
Así fue y ha sido el ritual de iniciación libidinosa de los habitantes de esta Colombia septentrional.

“Es algo consustancial a nuestra cultura. Lamento que se haya ido perdiendo, porque es una especie de sello que nos identifica ante el resto del país”. (Daniel Serna Dávila – Dirigente gremial del Magdalena)
Para algunos que desconocen el pernicioso romanticismo que nos es propio, esa tradición que ha sabido esculpir con cinceles de ternura el alma y hacerse indeleble en la memoria de los chicos hasta la vejez puede ser concebida como una aberración y están en su derecho.
David Sánchez Juliao, escritor sinuano, definió esta particularidad como “La zoofilia en la mitomancia del Homolitorense”
Si el procurador Alejandro Ordoñez hubiera tenido la suerte de haber nacido aquí, habría entendido que el amor es mucho más que un contrato social entre un hombre y una mujer, y por temprana experiencia propia, sabría que el amor no se contrata, sino que se da porque es un don divino y como tal para todos los seres de la tierra.
El mismo Francisco de Asís hablaba con los peces del mar, las aves del cielo y las rocas de las montañas.

“Recuerdo que cuando iba a buscar agua a distancia de la casa, ella siempre estaba reposando en un bajo del terreno y coincidencialmente terminaba demorándome más de la cuenta. Un tío, tal vez por experiencia personal, cierto día me dijo - ¿oye pela’o, por qué ahora vas tantas veces a buscar agua?” (William García González – Hombre de radio y folclorista)
En últimas, esos furtivos encuentros por encima de alguna procacidad instintiva, con toda la galantería previa que conlleva el cortejo y hasta las zancadillas con las que las jumentos responden picarescas es, ante todo, un diálogo de ternura, cariño, entrega y pasión.

“De esas damas solípedas, prefiero no hablar”
(Benjamín Cuello Henríquez – Narrador deportivo).
Alguien que en público tampoco habló de ellas, pero de quien se sospecha la musa de Los Sabanales, fue Calixto Ochoa, porque solamente a una de esas damas de Benjamín pudo haberle cantado: “Yo pinté aquel árbol del patio que es donde tú reposas cuando calienta el sol”.

Desde hace unos años esta tradición ha venido en decadencia debido a las expansiones citadinas que han dejado sin solares los contornos de las viviendas y ya estas hembras no suelen pasearse coquetas frente a las casas de sus potenciales amantes, los cuales ahora son asaltados en plena alcoba por otras hembras de rabo menos crespo y más solícito: vecinitas o compañeras de estudio. No obstante, en las zonas rurales se sigue ofrendando este culto introductorio de la amatoria de los jóvenes, como medida cautelar para la pervivencia de este Patrimonio Cultural Afectivo y Material de Nuestra Humanidad.
“Es la reina del mundo animal, y una burra nunca ha transmitido el Sida”. (Tío Pello – Cantautor sabanero).
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